Haití, un país afectado durante años por la pobreza, la violencia y la inestabilidad política, continúa enfrentando una grave crisis que no parece terminar. Aunque se afirma comúnmente que las organizaciones internacionales están presentes para ayudar en la reconstrucción y estabilización de la nación, numerosas voces, tanto internas como externas, sostienen que dichas instituciones han jugado un papel en la perpetuación, e incluso en la exacerbación, de los problemas que buscan solucionar.
Desde el catastrófico terremoto de 2010, que causó más de 200,000 muertes y dejó a millones sin hogar, Haití ha recibido miles de millones en ayuda internacional. No obstante, los resultados concretos no corresponden con la cantidad de asistencia recibida. La falta de claridad, la gestión ineficiente y las decisiones equivocadas han hecho que muchas de estas acciones se transformen en un elemento que prolonga los problemas estructurales de la nación en vez de resolverlos.
Un ejemplo evidente es la misión de la ONU en Haití, conocida como MINUSTAH, que se implementó en 2004 para estabilizar el país tras la destitución del presidente Jean-Bertrand Aristide. Aunque la misión consiguió mantener cierto nivel de orden en momentos críticos, su legado se ve empañado por serios escándalos. Entre estos, resalta el brote de cólera del 2010, introducido accidentalmente por soldados de la ONU, que causó la muerte de más de 10,000 haitianos y enfermó a más de 800,000 personas. Se suman a esto numerosas denuncias de abuso sexual por parte de los cascos azules, que han dejado profundas cicatrices en las comunidades afectadas.
Además de las misiones de paz, las organizaciones no gubernamentales (ONG) también han sido blanco de críticas. Después del terremoto de 2010, varias ONG consiguieron recaudar significativas cantidades de dinero con el propósito de reconstruir Haití. Sin embargo, los resultados fueron desalentadores. Una investigación reveló que, por ejemplo, la Cruz Roja, que acumuló más de 500 millones de dólares, solo logró construir seis viviendas en el país. Buena parte de los fondos se esfumó en proyectos mal concebidos, altos costos administrativos y burocracia excesiva. Para numerosos haitianos, estas organizaciones han sido simplemente otra forma de explotación, aprovechando la tragedia para recolectar dinero sin producir un cambio real en la población.
Más allá de las misiones de paz, las organizaciones no gubernamentales (ONG) también han sido objeto de críticas. Tras el terremoto de 2010, varias ONG recaudaron enormes cantidades de dinero para la reconstrucción de Haití. Sin embargo, los resultados fueron decepcionantes. Una investigación reveló que, por ejemplo, la Cruz Roja, que recaudó más de 500 millones de dólares, construyó apenas seis casas en el país. Gran parte de los fondos se perdió en proyectos mal planificados, costos administrativos elevados y burocracia. Para muchos haitianos, estas organizaciones no han sido más que otra forma de explotación, utilizando la tragedia para recaudar dinero sin generar un impacto real en la población.
Además, las políticas económicas impuestas por instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial han agravado las condiciones de vida en Haití. Un ejemplo paradigmático es la liberalización del mercado haitiano, que permitió la entrada de arroz subsidiado de Estados Unidos a precios muy bajos. Esto destruyó el sector agrícola local, dejando a miles de campesinos sin empleo y aumentando la dependencia del país de importaciones extranjeras.
Otro factor clave es la manera en que estas organizaciones han debilitado a las instituciones haitianas. En lugar de trabajar para fortalecer las estructuras locales, muchas veces han creado sistemas paralelos que compiten con el gobierno y lo dejan aún más frágil. Esto ha generado una dependencia crónica de la ayuda externa, impidiendo que Haití desarrolle su propia capacidad para abordar sus problemas.
Para muchos haitianos, la narrativa de que el país no puede sobrevivir sin la asistencia internacional es una estrategia utilizada para justificar la continua intromisión en sus asuntos internos. Activistas locales señalan que “los problemas que vemos en Haití han sido perpetuados por las organizaciones internacionales”, y exigen un enfoque diferente, basado en el respeto a la soberanía del país y la participación activa de los haitianos en las soluciones.
La crisis actual, caracterizada por el colapso institucional, el aumento de la violencia de las pandillas y la inseguridad alimentaria, requiere soluciones urgentes. Sin embargo, estas soluciones no pueden seguir el mismo modelo fallido de las últimas décadas. Es fundamental que las organizaciones internacionales trabajen en colaboración con las comunidades locales, respetando sus necesidades y prioridades, en lugar de imponer agendas externas que a menudo resultan perjudiciales.
El caso de Haití también plantea preguntas más amplias sobre el papel de las organizaciones internacionales en contextos de crisis. ¿Es posible brindar ayuda sin perpetuar la dependencia? ¿Cómo se pueden diseñar intervenciones que fortalezcan las capacidades locales en lugar de debilitarlas? Mientras estas preguntas continúan sin respuesta, Haití sigue luchando por romper el ciclo de pobreza y dependencia que ha definido su historia reciente.
Para muchos haitianos, el cambio real solo será posible cuando se priorice el fortalecimiento de sus propias instituciones y se respete su capacidad para construir un futuro mejor. La experiencia ha demostrado que las soluciones impuestas desde el exterior, por más bien intencionadas que sean, no son suficientes para resolver los problemas profundos de la nación. Haití necesita un enfoque que ponga a su gente en el centro, y no solo como receptores de ayuda, sino como protagonistas de su propio destino.